Al comienzo todo andaba bien, con la diferencia de que en la noche de bodas, cuando hicimos el amor, le tomé un poco de distancia a mi esposo. Y es que cuando uno lo 'hace' por primera vez, se siente como que algo de tu cuerpo ha sido roto, que tu cuerpo no volverá a ser el mismo de antes... que algo te falta. En ese momento dejas de ser la misma y despiertas placeres que antes desconocías. Comienzas a sentir pudores y a añorar el instante tan puro, en que tu cuerpo estaba intacto, virginal. Y que según tu mirada, duró tan poco.
Comienzas a valorar el término 'virgen' que tanta vergüenza te daba admitir ante tus pares.
Una vez un amigo me comentó que no le gustaban las vírgenes, porque eran aburridas y había que enseñarles todo, en cambio las 'probaditas' hasta les enseñaban cosas nuevas.
Esas palabras hicieron crecer mi miedo e inseguridad.
Mi marido, tan parco y tan serio como siempre, me tomó de los hombros y me dijo: "Yo te elegí con pinzas, me gusta esa dulzura que hay en ti, esa inocencia de no saber mucho. Lo importante es amarse y aprender del otro y que no sea una auto satisfacción, sino una satisfacción compartida... ¡Una satisfacción con amor!".
¡Ese es mi hombre, mierda! TE AMO.
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